HOUSTON — El sábado por la mañana, en la sala de llegadas del aeropuerto, Sendy Karina Ferrera Amaya se aferraba a un unicornio de peluche mientras que su prometido Juan Barrera Bucio caminaba de un lado a otro.
Él vio a la bebé primero.
“Ahí viene alguien con una niña pequeña”, dijo. “Sí. Es ella”.
Habían transcurrido ciento tres días desde que Liah, de un año de edad e hija de Ferrera, quedara en una institución de acogida para niños inmigrantes separados bajo la política de “cero tolerancia” de la administración de Trump, luego de cruzar la frontera con su tío. Ferrera salió de Honduras meses antes cuando Liah era demasiado pequeña para viajar. Ella logró entrar a los Estados Unidos sin ser detectada y el plan fue que su hermano hiciera lo mismo con Liah. Sin embargo él fue detenido y deportado y posteriormente hubo que convencer al Departamento de Salud y Servicios Humanos para que le devolvieran a su hija.
El departamento alega que es necesario llevar a cabo investigaciones minuciosas para garantizar la protección de niños vulnerables ante el tráfico de personas. Sin embargo, Ferrera sintió que el proceso fue opaco y repleto de preguntas interminables. Después de una revisión de antecedentes que incluyó dos investigaciones en su hogar y un análisis de ADN, además de la angustia de no saber si llegaría el día, Ferrera recibió por fin noticias el pasado viernes: debía pagar dos boletos de avión, uno para su hija quien se encontraba en un lugar no revelado en Texas, y uno para la cuidadora quien la acompañaría hasta Houston.
El prometido de Ferrera corrió a enviar un giro con los $895. Y, poco después de las 3 de la mañana siguiente, salieron ambos manejando desde su casa móvil en Sulphur, Luisiana hasta el Aeropuerto Intercontinental George Bush.
Cuatro horas después, ahí estaba Liah, envuelta en una cobija rosa y dormida en brazos de su cuidadora. La bebé despertó momentáneamente cuando su madre llorosa la tomó en los suyos dándole un beso y respirando profundamente. Liah volvió a cerrar los ojos y se fundió en el hombro de Ferrera, totalmente dormida.
La cuidadora pidió que Ferrera firmara formularios y le entregó dos sobres con documentos, una bolsa de gimnasio negra y una bolsa de pañales. Todo se hizo en solo cinco minutos.
Ferrera tenía tantas preguntas acerca de dónde había estado su hija durante los últimos tres meses y sobre qué pasaría ahora.
Luego de recuperarse unos momentos, la pequeña familia volteó para darse cuenta de que la trabajadora del caso se había ido.
Liah durmió las dos horas completas de regreso a Sulphur, despertándose justo al llegar a la casa móvil. “Este es tu hogar”, le dijo Ferrera. “Ya estás en casa”. Liah dio unos pasos y comenzó a explorar, abriendo gabinetes y viendo curiosa adentro del bote de basura. Transcurrió poco tiempo para que la sala fuera llenándose de los juguetes que Ferrera había juntado durante los meses de espera.
Ella trató de armar lo que pudo sobre el tiempo que su hija estuvo en el lugar de acogida. No sabía qué tipo de pañales usó Liah, ni cuándo dormía, ni lo que hacía durante el día. Soltó las bolsas en el piso y comenzó a revisarlas.
Encontró las sandalias blancas desgastadas que Liah llevó puestas durante su viaje con el contrabandista en abril y se dio cuenta de que ahora se veían demasiado chicas para ella.
Aparte de los pañales y el altero de ropa nueva, también encontró envases de comida para bebé, puré de manzana, envases de leche de soya, una barrita Nutri-Grain: pistas de lo que Liah disfrutaría comer. En otra de las bolsas encontró Tylenol y Benadryl.
Revisó los documentos en los sobres, los cuales incluyeron formularios de admisión y registros médicos. “No los entiendo”, dijo, moviendo la cabeza. “Están en inglés”.
Los agentes de la Patrulla Fronteriza le hicieron un examen médico a Liah cuando procesaron su caso inicialmente, encontrándola “mentalmente alerta” y con una “conducta adecuada”. Los informes indicaron siete consultas médicas. La primera mencionó que Liah había llegado al albergue con picaduras de garrapata detrás de las orejas. Durante estos meses también tuvo una fuerte rozadura de pañal, un resfriado y diarrea. Le pusieron nueve vacunas. Pero Ferrera no entendió nada hasta que su prometido se lo tradujo.
También notó cómo había crecido su hija. Tenía nueve dientes; cinco más que cuando saliera de Honduras. Traía las uñas de los pies demasiado largas así que sacó el cortaúñas. Liah también estaba más activa comparada con lo que Ferrera viera durante las video llamadas semanales de 20 minutos que le fueron permitidas con el lugar de acogida. Le encantaba hacer trompetillas con los labios y chócalas con las manos, bailar y tocarse la nariz cuando se lo pidieran.
La única vez que se enfadó fue si Ferrera salía de la habitación sin ella. Esa noche, después de acurrucarla en la cuna su madre se acostó en un colchón en la misma habitación para dormir a su lado.
Al día siguiente Ferrera y su prometido subieron a Liah en el asiento de bebés del auto y salieron a pasear todavía pensando en los retos que tienen por delante.
“Necesitaremos un abogado”, dijo Barrera.
El expediente de Liah incluía una Orden de arresto y una Notificación para comparecer. “Usted es un indocumentado presente en Estados Unidos sin haber sido admitido ni obtener autorización” indicaba la notificación con el nombre de la niña. Se acercaba su primera comparecencia ante el juzgado y Ferrera necesitaría cambiarla de Texas a Luisiana. En uno de los sobres, los encargados del caso incluyeron una lista de abogados voluntarios.
Ferrera pensó que las cosas saldrían bien pero Barrera no estaba tan seguro. Era probable que Liah tuviera que presentar una petición de asilo y sabía que la administración hacía que estas ahora fueran más difíciles de aceptar. “He leído muchas noticias y dicen que están rechazando el noventa por ciento de los casos”, dijo él.
“Pero, Juan, eso no pasa sino hasta que vaya al juzgado”, lo interrumpió Ferrera. Sus amigos le habían comentado que pasarían años antes de obtener una decisión final del juzgado de migración. Para ese entonces, de seguro habrían encontrado una solución para que Liah permaneciera en el país legalmente.
“Ya sé, ya sé”, suspiró Barrera, “pero ahora Donald Trump está haciendo que todo pase más rápido”.
Y también está la cuestión de la calidad migratoria de Ferrera, ya que ella estaba indocumentada y el gobierno lo sabía. Como lo ha informado ProPublica, el departamento de Cumplimiento de Inmigración y Aduanas (Immigration and Customs Enforcement, ICE) ahora puede obtener a la información que presentan familiares para recuperar a sus niños del sistema de acogida, y utilizarla para deportarlos.
Uno de sus amigos había bromeado que no visitaría su casa para conocer a Liah porque se encontraban bajo la mira de ICE. Él se había alojado con ellos en abril pero empacó sus cosas y se mudó a un hotel cuando detuvieron a Liah con su tío.
Ferrera trató de no pensar en todo eso cuando habló de las primeras experiencias que ya no podía seguir esperando: la primera visita de Liah a la playa, a la piscina, a los parques en los alrededores de Lake Charles. Aun así, no pudo negar la posibilidad de que se terminara el tiempo para realizar todos esos sueños americanos. “Espero que no nos separen de ella”, dijo.
Este domingo se conformarían con un plan modesto: ir a Wal-Mart a comprar la despensa y ropa. Llevar a Liah a Chuch E. Cheese.
Traducido por Mati Vargas-Gibson.
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