RIVERSIDE,
Calif. – Sacudido por sollozos, con la cabeza bajada, un excomando
guatemalteco testificó la semana pasada que había llorado mientras tiraba a un
niño pequeño a su muerte en el pozo de un pueblo hace 31 años mientras un
oficial al mando, el Teniente Jorge Vinicio Sosa Orantes, espetaba: “¡Esto es un trabajo de hombres!”
Sosa, quien hoy es un ciudadano
estadounidense de 55 años de edad, observó este testimonio sombrio desde la
mesa de la defensa vigilado por alguaciles federales en una sala de juicio
aquí. Su excamarada en armas, Gilberto Jordán, acusó a Sosa de haber jugado un
papel central en uno de los peores crímenes de guerra en la historia reciente
del hemisferio: la masacre de 250 personas en la aldea guatemalteca de Dos
Erres en 1982. Sosa está siendo procesado por cargos de haber obtenido su
ciudadanía estadounidense de manera fraudulenta años más tarde, ocultando su
participación en la masacre, según los fiscales.
El juicio empezó la semana pasada y
es el primer juicio en Estados Unidos relacionado con una atrocidad de la
guerra civil guatemalteca, que duró treinta años. También es la primera vez que
el caso de Dos Erres es examinado en profundidad en una corte estadounidense.
Sosa se convierte en el sospechoso de más alto rango en ser juzgado. Las
autoridades estadounidenses habían previamente encarcelado a Jordán, quien se declaró
culpable de cargos de fraude migratorio en 2010, y a otro exsoldado que había emigrado
a Estados Unidos. Las cortes guatemaltecas han condenado a cinco exsoldados.
Siete más permanecen fugitivos en un caso que ha desafiado la capacidad de la
justicia en Guatemala de perseguir a criminales de guerra que son protegidos
por fuerzas de seguridad corruptas y mafias poderosas.
Durante los primeros cuatro días
del juicio, fiscales federales se enfrentaron a un reto poco común: intentar probar
que Sosa participó en la matanza para condenarlo por el crimen relativamente
menor de fraude al sistema de inmigración. Cuando Sosa obtuvo la ciudadanía en
2008 y una tarjeta verde en 1998, hizo declaraciones falsas en
formularios de
inmigración, según los fiscales, porque no reveló que había sido militar y dijo
que nunca había cometido un crimen por el cual hubiera sido arrestado.
La defensa argumenta que Sosa no
pensaba que había cometido un crimen porque era un soldado obedeciendo órdenes.
El abogado de Sosa también aseveró que las preguntas en los formularios de
inmigración eran vagas y que oficiales del servicio de inmigración
estadounidense deberían haberse fijado que en el archivo de Sosa él había descrito su servicio militar
guatemalteco en una solicitud que presentó, sin éxito, para asilo político en
1985.
“Este caso se trata pura y
sencillamente de las respuestas de un exsoldado en un formulario de
inmigración,” dijo el abogado, H.H. (Shashi) Kewalramani durante los argumentos
de apertura del juicio. “Por mucho que el gobierno de Estados Unidos quiera
convertir esto en un caso de crímenes de guerra, no lo es.”
Sin embargo, sí parece mucho
un caso de crímenes de guerra. Los testimonios de los testigos en esta ciudad
ubicada a una hora de Los Ángeles sumergieron al jurado en el horror en una
aldea de la selva guatemalteca de hace tres décadas. Dos excomandos contaron como el ataque fue un torbellino de
violaciones y asesinatos que borró a Dos Erres del mapa. Un sobreviviente que
era un niño en 1982 describió como
se agarró a la pierna de su madre mientras soldados la arrastraron a su muerte.
Y la exmujer de Sosa y el investigador encargado del caso testificaron que hace
tres años Sosa huyó a México y posteriormente a Canadá después de que agentes federales
ejecutaron una orden de registro en su casa de Riverside County.
La policía canadiense detuvo a
Sosa, quien tiene ciudadanía canadiense además de estadounidense, en 2011 y lo
extraditaron a los Estados Unidos el año pasado.
Los testimonios empezaron con
una reunión dramática entre Sosa y Jordán, quien está cumpliendo una sentencia
de prisión de diez años en Florida. En 1982, ambos trabajaron como instructores en una
escuela que entrenaba a “Kaibiles,” el nombre por cual son conocidos los
comandos notoriamente brutales de Guatemala.
Sosa es un experto en artes
marciales, bajo y fuerte con bigote negro. Durante la década antes de ser
acusado en 2010, manejó escuelas de karate en el sur de California. Vestido con
un traje negro y portando lentes, observó el martes pasado como los alguaciles
federales escoltaban a la corte a Jordán, quien vestía un overol naranja de reo
y tenía las piernas encadenadas. Ninguno de los dos veteranos de guerra dio
señal alguna de reconocer la presencia del otro.
Jordán parecía mayor que sus
57 años: con lentes, el pelo gris, de aspecto atormentado. En 2010, confesó su
involucramiento en la masacre cuando agentes federales fueron a su casa a
entrevistarle. Dijo a los agentes que había sabido que vendría el día en que
tendría que pagar por sus acciones.
Se enfrenta a ser deportado a Guatemala para ser juzgado por asesinato
en masa cuando cumpla su sentencia.
Jordán testificó en
español a través de un intérprete. Dijo
que no ha hecho ningún acuerdo con el gobierno norteamericano aparte de una
promesa de que los fiscales estadounidenses escribirán una carta a la fiscal
general de Guatemala diciendo que ha cooperado.
El objetivo inicial de la
misión el 6 de diciembre de 1982 era recuperar 21 fusiles que unos guerrilleros se
habían llevado después de una emboscada a soldados, según el testimonio de
Jordán. Datos de inteligencia indicaban que los fusiles estaban en Dos Erres,
pero Jordán dijo que la unidad no encontró ni fusiles ni guerrilleros y no hubo
resistencia por parte de los ciudadanos pacíficos de la aldea. Los comandos
separaron a los hombres de las mujeres y niños y arrearon a los dos grupos
dentro de una iglesia y una escuela. La pesadilla empezó cuando un teniente
violó a una de las mujeres, dijo Jordán. Después de una reunión entre los
tenientes, se dieron nuevas órdenes, según el testimonio de Jordán.
“La misión cambió,” dijo. “Nos
ordenaron que matáramos a toda la gente.”
Jordán era un paracaidista curtido
en esa época, pero todavía no se había convertido en Kaibil. Se retrató como un
participe reticente en la matanza. Testificó que recibió la orden de traer a un
niño y tirarlo al pozo en el centro del pueblo, que se convirtió en el
epicentro de la masacre.
Tenía como tres años,
la edad de mi hijo,” testificó Jordán.
Jordán se inclinó hacia
adelante en el estrado y lloró mientras continuaba su relato, mirando fijamente
hacia abajo. Dijo: “Mientras estábamos en camino, yo estaba llorando. El me
miraba y estaba llorando también. Un sargento me dijo que no llorara o terminaría
en el pozo…Llegué y fue cuando
escuché al Señor Sosa, y dijo que esto era trabajo de hombres, y tiré el niño
al pozo.”
El fiscal federal Brian D.
Skaret preguntó cómo se había sentido Jordán en aquel momento. Jordán levantó
la cabeza y espetó: “¡Mal!”
El testimonio de Jordán y de
otro excomando, César Franco Ibañez, ubicó a Sosa al lado del pozo supervisando
el exterminio metódico de los aldeanos. Los comandos vendaron los ojos de las víctimas,
les interrogaron, les pegaron en la cabeza con una almádena de metal y los
tiraron dentro del pozo, según los testimonios. Ambos testigos declararon que
un hombre que se había caído encima del montón de victimas insultó a Sosa, y que el enfurecido
teniente disparó dentro del pozo. Jordán testificó que Sosa también tiró una
granada dentro del pozo.
Creo que perdió la
cabeza y empezó a disparar,” declaró Franco. “Les contestó con su fusil…Dijo:
‘Pues mueran, hijos de puta’.”
Franco permaneció impávido cuando
dio testimonio de como él mismo mató a gente y violó a una mujer. El exsargento
robusto y pequeño fue uno de los dos miembros de la unidad que rompieron el
código de silencio militar en la mitad de los noventa y dieron testimonios de
primera mano sin precedentes. Fiscales guatemaltecos concedieron a Franco el
estatus de testigo protegido y lo mudaron a otro país, donde vive hoy con su
familia. El gobierno guatemalteco le paga un estipendio de $550 al mes, dijo.
Ha declarado en investigaciones anteriores hechas por autoridades guatemaltecas
y norteamericanas y ha dado entrevistas a organizaciones periodísticas, entre ellas ProPublica.
Durante su interrogatorio,
el abogado defensor intentó poner en duda la declaración de Franco, aseverando
que su relato ha cambiado a través de los años acerca de detalles como si Sosa
utilizó una escopeta o un fusil. Citando un informe de la fiscalía sobre una
entrevista de Franco hecha por investigadores de Estados Unidos, Kewalramani
dijo que durante aquella entrevista en la embajada estadounidense en el país
donde vive Franco no había mencionado a Sosa en una lista de comandos que
estaban al lado del pozo del pueblo.
Franco insistió en que
el informe estaba equivocado.
También mencioné a
Sosa,” testificó Franco. “…Le nombré desde el mero principio.”
Otro ataque a la declaración
de Franco surgió de una fuente inesperada el viernes por la mañana. El fiscal
Skaret reveló en el juzgado que el jefe de la unidad de crímenes de guerra del
Departamento de Justicia había recibido un correo electrónico de un fiscal que
está de baja. El fiscal, George Ferko, escribió en el correo electrónico que
había estado leyendo noticias periodísticas sobre el testimonio de Franco y
sintió la obligación de alertar a sus colegas de que pensaba que el testigo no
era creíble, según Skaret. Ferko había entrevistado al excomando como parte de
una investigación en 2009, dijo Skaret.
César es un
mentiroso,” escribió Ferko, según el relato de Skaret en el juzgado. “César ha cambiado su historia una vez
más.”
Como resultado, el abogado
de Sosa dijo que quería una oportunidad para hablar con Ferko para decidir si
llamarlo como testigo. El episodio fue notable: es muy poco usual que un fiscal
del Departamento de Justicia cuestione en pleno juicio la fiabilidad de un
testigo que está siendo presentado por sus colegas.
Sin embargo, puede que el
acontecimiento no tenga mucho impacto. La defensa no ha intentado refutar el
punto central de las declaraciones de los dos exKaibiles: que Sosa participó en
la masacre de Dos Erres.
Durante una entrevista telefónica
con ProPublica el año pasado desde una cárcel canadiense, Sosa insistió en que
no estuvo presente en Dos Erres el día del crimen. Durante la entrevista y por
medio de cartas entregadas a ProPublica por su hermano, Sosa alegó que estaba
trabajando a una distancia de cien millas de los hechos en un proyecto de
asuntos civiles en un pueblo llamado Melchor de Mencos, donde dijo que ayudó a
los residentes a obtener equipamiento escolar y deportivo.
La defensa no ha
repetido esta versión durante el juicio. Sin reconocer explícitamente la
participación de Sosa en la masacre, el argumento de apertura de Kewalramani
subrayó la idea de que la guerra civil guatemalteca fue un conflicto brutal y
que Sosa era parte de una unidad de elite que estaba entrenada para cumplir
órdenes. Sosa no va a declarar, dijo su abogado el viernes.
La fiscalía terminó su
presentación con el testimonio de Ramiro Osorio Cristales. Osorio es el mayor
de dos niños que los comandos no mataron, sino raptaron y se los llevaron a sus
casas para ser criados en las familias de dos de los soldados. El otro niño, Oscar Ramírez Castañeda, solo tenía tres años y no recuerda
nada de Dos Erres. Ramírez vive ahora en Boston y ProPublica contó su historia
el año pasado.
Osorio vive en Canadá. Tenía cinco
años cuando perdió a sus padres y seis hermanos en la masacre. Describió sus
memorias en un inglés con acento español pero claro, su voz quebrándose por
momentos, tomando pausas para recobrar su compostura.
Osorio recordó como hombres
armados irrumpieron en su casa durante la noche y arrastraron fuera a la
familia. Los hombres ataron con cuerdas las manos y cuellos de su padre y
hermano mayor y los llevaron a la escuela con los demás hombres de la aldea,
declaró. Los asaltantes arrearon a los otros niños y su madre dentro de la
iglesia con las aterrorizadas mujeres y niños de Dos Erres, según su
testimonio.
Empezaron a sacar a
las mujeres de la iglesia,” testificó Osorio. “Agarraron a una mujer por su
pelo y la arrastraron afuera, algunas niñas jóvenes, adolescentes. Su madre
decía, “Por favor no lleven a mis hijos’.”
Osorio miró a través de los resquicios
de los listones de madera de las paredes de la iglesia como los soldados
violaban a mujeres y mataban a niños, golpeándoles contra un árbol, según su
declaración.
Los trataron como
animales,” dijo.
Entonces los soldados
vinieron a por la madre de Osorio, según su declaración.
Recuerdo agarrando
a mi madre por la pierna,” testificó. “Estábamos peleando con los tipos…’No
lleven a mi madre.’ Corrí a la parte de atrás de la iglesia para ver que le estaba
pasando a mi madre. Estaba gritando, pidiendo auxilio: ‘Por favor no nos maten.
No nos maten. No maten a mis niños, no saben nada’.”
Osorio dijo que finalmente
se quedó dormido debajo de un banco de la iglesia. Cuando despertó, según su
testimonio, solo quedaban otros cuatro niños. Tres eran niñas que los comandos
violaron y asesinaron al día siguiente. Los otros dos, Osorio y Ramírez,
sobrevivieron. Cuando Osorio terminó su declaración, algunos miembros del
jurado y espectadores se secaron las lágrimas.
Es probable que el juicio termine
el lunes porque la fiscalía ha reducido su lista inicial de testigos, optando
por no llamar a dos excomandos más. La jueza dijo también que ha intentado
apurar el juicio porque hay la inminente posibilidad de que el gobierno federal
deje de funcionar. Si la defensa decide llamar al exfiscal que ha cuestionado
la veracidad de Franco, el testimonio tendria lugar el lunes antes de los
argumentos finales.




